lunes, 16 de enero de 2017

Adentro del Centro

 El rincón de una avenida donde todo huele mal y se abre paso el desencuentro es donde me gusta salir a fumar. Hay una casa de música que siempre elige lo que me gusta y un café al lado que huele a vainilla. Allí mismo noté tu risa desde la vereda de enfrente, detenida entre el gentío. Qué linda palabra "gentío", resuena así como tus dientes que danzan a lo lejos por las baldosas y los semáforos y las anchas ruedas de las camionetas que me tocan bocina porque tardo en cruzar. Es que el tiempo me atrapó. De una vez y para siempre, el fuego que no se enciende frotando dos palitos incendió Corrientes y Florida, tocando todos los bancos y compañías de seguros cercanas -porque sí, esa boca sabe bien dónde poner el ojo-. Tu risa tocó, oíme bien, tocó la lágrima de un bebé que no para de hacer escándalo en el colectivo y la transformó en un abrazo de dos amigos que se reencuentran. A medida que me acerco, tu incendio es más certero, transformador y poderoso. De hecho, empiezo a sospechar que fue tu risa y su fuego quienes impulsaron aquellas consignas de "paz, pan y tierra" y "todo el poder para los Soviets", y en un arrebato de pura razón y justicia tomaron el Palacio de Invierno. Quizás tus mismísimas muelas escupieron la cara de los Zares, en febrero y en noviembre.
 Llego a la esquina y prendo mi cigarrillo. Porque quiero relajarme y porque no sé qué hacer. ¿Qué hacer? Nada, imbécil. Sólo confiar en que esa risa jamás se detendrá porque sé que allí aguarda la esperanza de un mundo mejor, del que yo imagino, del que todos merecemos. Tu amiga te saluda y partís, acomodando un pelo negro y muy lacio al ritmo del viento. Yo quedó acá, más solo que nunca, con un mundo apagado y diez minutos muy de sobra para volver a la oficina.

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