viernes, 3 de marzo de 2017

Me obligo

 En la niebla me obligo a detenerme, porque hace instantes me obligué a cruzar la puerta del edificio en este sábado cualquiera a las dos de la mañana. En la cuarta calle me obligo a mirar una vidriera de antigüedades, donde posan inertes varias muñecas de trapo con vestidos azules y violetas, que parecen gritar "auxilio" desde cada uno de los ojales deshilachados. Sigo viaje y en el farol azul bajo el que descansa siempre el mismo gato negro me obligo a dar dos pasos para atrás, ¿o eran tres? ¿O es que eso ya no se hace? Tocaría madera si pudiese, o pasaría el salero apoyándolo en la mesa si ese fuera el contexto. Me obligo a retarme porque se me confunden las cábalas, aunque no crea en ellas ni en su misticismo. En la quinta cuadra aminoro el paso y diviso entre las hojas del tercer árbol un pájaro dormido. Curioso, pienso, ¿duermen los pájaros a la vista de la gente? Será que la gente ahora sólo soy yo, y con mi mirada no logro perturbar el eterno momento de gracia que decide vivir este plumífero. En la sexta esquina hay un café a medio cerrar donde trabaja un chico ciego de un ojo. Lo sé porque una vez escuché a mi vecina en el ascensor decir que sirve el café "mejor que los demás" y "encima decora muy bien la espuma", queriendo resaltar el supuesto mérito condicionado por el campo de visión reducida. Siempre le pido un cortado y dos medialunas de grasa que me entrega con un fastidio residual, de ciudad. Me obligo a recordar su gesto serio y sonreír. Porque entiendo, empatizo. camino. En la séptima seguidilla de baldosas, justo antes de atravesar la avenida, me acuerdo del parcial que desaprobé porque olvidé dos fechas importantes en la Conquista del Desierto. Vos me cargabas. Me obligo a olvidarlo aunque no me molesta ni me agobia. Sí me fastidia el calor, los mosquitos, las colas en los locales de comida rápida, las alergias, al sol y a los perros y a los gatos. Me molestan los desclasados, carneros, rompe-huelgas, mentirosos, cínicos, los otros, los ellos, los que rompen las pelotas, y también los helados derretidos en las manos de pibitos caprichosos a las cinco de la tarde. Pero por sobre todas las cosas me molesta proyectar. Que rompan el mundo en mil pedazos los cronopios.
 Hay fantasmas que cargamos para siempre, pero que gracias al amor sólo son sombras debajo de sábanas blancas. Toman mate con nosotros por las madrugadas y hasta nos hacen reír. Entonces no pesan, no tememos ni nos temen. O eso me obligo a concluir.
 Cuando finalmente llego a la puerta de tu casa apresuro el paso, como si estuviera llegando tarde al resto de mi vida.

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