lunes, 12 de marzo de 2012

Silencio

Parte 1 - MIRAR

 Marianna abre los ojos. Aturdida por los golpes, siente una punzada en el medio del esternón. Se retuerce. Respirar olor a pis de gato y las náuseas no se hacen esperar. Intenta toser pero el atracón precede a un vómito feroz. Apenas alcanza a girar la cabeza. El colchón se tiñe de un verde agrio. Inhala y exhala contando los segundos. Puede sentir el dolor de sus muñecas y tobillos atados con fuerza. El sudor se mezcla con la sangre. Levanta la cabeza y ve un espejo enorme frente a ella. Instintivamente empieza a gritar desesperada. Aparece un joven y le tapa la boca. Marianna no estaba segura de haber oído sus pasos. Con una mirada penetrante y perturbadora, le exige silencio.
- Bienvenida al secuestro, estimada.
 Los inmensos ojos celestes de la chica brillan de terror y giran desorbitados.
- Cuando llegue la plata, te vas. Tranquila.
 Acto seguido, el señor por fin le quita la mano de la boca.
- ¡Dejame ir! ¡AUXILIO!
- Nadie escucha. Esta cuatro paredes están encantadas por el ocaso del silencio- declara con malicia. Estamos lejos de la civilización. Acá sólo hay vacas y perros abandonados.
- ¡Dejame ir! ¡Hijo de puta! - La joven empezó a moverse descontroladamente de lado a lado tratando de zafar sus cuerdas pero sólo conseguía marcar más las heridas. De repente se detuvo y miró al muchacho, que la observaba con una expresión de lástima burlona. No podía encontrarle el alma a través de los ojos.
- Ahora dormí que si todo sale bien, mañana estás afuera.
 La chica se puso a recordar. Recuerda salir de la facultad cargando la mochila que veía ahora sobre un banquito al lado del espejo. Se cruzó con un hombre pelado que le preguntó la hora y acto seguido, despertó ahí. En ese lugar viejo y maltrecho, con un desconocido y poco amigable infeliz. Algo le llamaba la atención pero no lograba esclarecer el misterio. Pensando en la preocupación de sus padres, lloró en silencio hasta dormirse.

Parte 2 - VER

 Esta vez, a Marianna le dolió el simple hecho de abrir los ojos. Se sentía peor que el día anterior. Escuchó el ruido de vasos tintineando en un lavaplatos. Intentó doblarse para observar el cuarto de al lado pero el movimiento fue tan brusco que una de las cuerdas le abrió una herida en un tobillo. Gritó e insultó. El chico apareció con un plato de arroz con manteca y un vaso de agua.
- Comé.
 Él se acercó y comenzó a darle pequeñas cucharadas que ella devoraba como si fueran el manjar más exquisito del mundo. Sigilo. Dos tragos de agua.
- ¿Qué hora es? - preguntó.
- ¿Es relevante?
 Quería saber ALGO. Sólo eso. Algo, entre tanto suplicio.
- ¿Qué hora es? - repitió.
- 5 y cuarto.
- ¿De la tarde?
Misterio.
- Decime tu nombre al menos.
El rió, lanzándole una expresión inescrutable. ¿Qué escondía?
- La plata llega hoy a la madrugada. Te queda poco.
 Sonrió. Ella sonrió. Se sintió libre como nunca. Él se levantó de la silla y caminó rumbo al otro cuarto. Se detuvo y apoyó las dos manos en el marco de la puerta. Marianna finalmente lo descubrió. Remera negra. Tatuaje en la nuca. Dos letras chinas. Clase de Historia Antigua II. Martes.
- Vos... - dijo. Y un nudo se le instaló en la garganta. Con la fuerza que le quedaba en la voz, declaró:
- Te conozco.
 El silencio los llenó. Llenó el cuarto, la casa, los picaportes, el suelo, la ventana...
- Hola, Marianna. Qué bueno que, al menos, reconozcas mi espalda.
 Sin decir más, entró al otro cuarto y lo cerró de un portazo.
 Las siguientes horas, la circunspección seguía llenando rincones. La mesita de luz que Marianna tenía a su derecha era un transparente pedazo de plástico con un cajón de madera incrustado, como si lo hubiesen fabricado por separado. A su izquierda, una silla de madera verde donde se había sentado él. "Contaré ovejas... No. Perros.", deliró. El calor empezaba a agobiarla. Recordó a su perro y se retorció de sólo pensar en él extrañandola. "Hubiera sido mejor si tomaba otra calle", se culpó. Tal vez si...
 Un ruido estridente quebró el silencio. La puerta se abrió de una patada y él salió gritando inundado de rabia. Se detuvo cuando estaba a punto de tomarla por el cuello. Sus ojos, rojos y cansados, dejaron salir una lágrima cada uno.
- No se trata de la plata - dijo, inmóvil, con los brazos en el aire. - Sos vos. Vos tenés algo mío. Algo que no se puede comprar, pero vale como el oro. Quiero que me digas que soy un neurótico bueno para nada, que me pidas perdón por la cantidad de veces que me empujaste caminando por los pasillos, que no finjas sorpresa como en este momento. Tenés mis pensamientos, los de todas las noches desde hace más de un año. Si tuviera la posibilidad de quitártelos de un golpe lo haría. - Gesticulaba borracho de ira, con las manos volando por el aire, como implorando retroceder el tiempo. - Te quiero robar algo yo también. Un dolor. Un momento de mierda. Una lágrima. Plata. Una puteada. No me mires así, me desgarrás. Pendeja de mierda, te anhelo tanto que me lastima. Pero esto se acaba.
 Sin pensarlo dos veces, caminó hasta el espejo y de la mochila de Marianna sacó un cuchillo.
 Los ojos de la chica, ya inundados de desesperación, quedaron inmóviles. El miedo le recorrió la espalda, una y mil veces por segundo. Inmediatamente después, sonó una bocina. El joven revoleó el cuchillo a los pies de la cama, todavía con las pulsaciones a mil. Salió disparado hacia la puerta. Silencio.
 Marianna intentó hacer poner a funcionar su cerebro, y de a poco lo fue logrando. Calor y dolor. "Si logro zafar las manos, con el cuchillo zafo los pies". Se movió bruscamente. Su muñeca sonó. Gritó con todas sus fuerzas y una cuerda, la de su mano derecha, se zafó. La otra fue cediendo a los tirones. Lo logró. La sonrisa le inundó la cara. Se levantó. De repente, el disparo al medio del corazón, crudo como la realidad, trajo finalmente en anhelado sosiego. Cayó, con esa sonrisa todavía en el rostro. Silencio.
 Las lágrimas del suicida explotaban en las córneas de Rodrigo como vastas puñaladas. Tiró el bolso con los dólares a un costado. Tiró por la borda todas las esperanzas de salvar a su personaje de tantas miserias. ¿Cuántas veces más debería rendirse al poder de lo innecesario para dejar de ser invisible? Se dejó caer, abandonado en la ruina de sus sentimientos. Miró el cuchillo a un costado de la cama y nunca más volvió a intentar equilibrar el mundo.

1 comentario:

  1. Palabras muy fuertes en una historia difícil. Como que nos hace apreciar algo... todo.

    Lindo tu espacio, de seguro estaré de vuelta!

    Un abrazo!

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