lunes, 7 de noviembre de 2016

Todas

 Puse el televisor en mute para no escuchar el clásico análisis exhaustivo de otro caso más. Le di un último sorbo largo al mate mientras observaba en los ojos fríos de los periodistas la imperiosa necesidad de resolver un misterio. Otro nombre, un número más en la estadística, otra carpeta empolvada en el archivo de la policía cómplice de la trata. Y lloré por dentro. Con esa bronca sólo propia de una causa que nos moviliza en cuerpo entero, cuya concreción nos excede pero nos une.
 Miro a mi lado y veo minas corajudas que todos los días cuestionan, pelean, debaten. Y minas que no tanto; veo a otras que bailan, en grupo, solas, en el colectivo, en las plazas. Veo amigas, vecinas, hijas, o ninguna de las anteriores, porque no es necesario para empatizar. Las veo atravesando el calvario de volver a casa, con auriculares porque ojalá se callaran alguna vez, con gas pimienta, con miedo. Me veo a mí. Las veo frenando la mano del tipo que tiene no una ni dos sino tres órdenes de restricción, cubriendo a sus hijos con la espalda para que no liguen de prepo el golpe; las veo con un megáfono en la mano y un volante en la otra. Las veo con un pañuelo verde que pide que nos dejen decidir sobre nuestros cuerpos; nos veo muertas porque no nos dejan decidir. Las veo cayendo en las garras del cliché del noticiero que habla de la víctima y no del victimario, que desvía las causas de un abuso, que mide cuánto valió nuestra muerte por cómo llevamos nuestra vida, qué estudiamos o qué no; noticias de esas que nos desayunamos con el café y las tostadas en la TV antes de salir a la realidad del jefe de mierda, del chofer de colectivo que toca bocina, del novio controlador, o del que no lo es pero a veces de rebote recibe nuestro mal humor, por esta forra mochila de opresión. Las veo putas, empoderadas, llevando adelante la bandera por los derechos de las trabajadoras sexuales. Las veo trans, peleando por trabajar y vociferando con razón que "la biología no es destino". Las veo pintando paredes que escandalizan. Las veo viajando y no me voy a preguntar por qué solas o acompañadas, las veo leyendo, cogiendo con quien se les cante, las veo escapando pero quedándose acá. Las veo científicas, modelos, periodistas deportivas, amas de casa. Las veo doblemente cuestionadas, triplemente interrogadas, mil veces ultrajadas. Porque las veo ellas me ven. Me ven fuerte pero angustiada, decidida pero con una montaña de dolor a cuestas. Pero me ven, y yo las veo. Nos miramos. Caminamos. Compartimos, en un destino edificado, la fuerza de pelear. Por el mismo sueldo, el mismo respeto, las mismas oportunidades. Y aunque sienta que a esa pelea le falta un encauce político, creo que esta organización representa el momento más importante de nuestras vidas. Porque empezó acá pero hoy un fantasma recorre el continente: El Manifiesto Feminista. El que pelea con argumentos, el que grita más allá del cinismo y el esceptisismo siempre viles, el que se fortalece y después de cientos de años de explotación, a pesar y como consecuencia de estos cientos de años, tiene algo para decir. Para gritar, aunque muchas veces se gasten las cuerdas vocales. Ni una muerta más, ni una explotada más, ni una violada, empalada, agredida, piropeada ni secuestrada más. ¿Será que no todas tenemos claro que el Estado es responsable? Probablemente. ¿Será que aún nos contradecimos en nuestras prácticas cotidianas, en las pequeñas cosas, con la igualdad que predicamos? Tal vez. ¿Será que a prueba y error se construye un movimiento? Indudablemente. Lo importante es que la rabia es impulso, es un monstruo que empieza a tomar forma y en sus miles de brazos y piernas encuentra una consigna: independientes, iguales. Vivas.
 Este es un texto más del Ni una menos intentando, con esfuerzo, no dejarse llevar por ninguna de las seducciones románticas harto subjetivas que a veces provoca involucrarse en una causa. Hoy que nos miramos y nos vemos, que queremos y sabemos, le podemos decir juntas a la Iglesia, el Estado y el machismo que se vayan con prisa y sin pausa a la yuta que los parió.
 Entonces, ¿por qué no? ¿Por qué no todas? Por todas.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.