domingo, 29 de julio de 2018

Encuentro I

 Tengo una llave. Tengo una llave dentro del cofre. Tengo una llave dentro del cofre de los recuerdos. Tengo una llave dentro del cofre de los recuerdos que me llevan a vos. Tengo una llave dentro del cofre de los recuerdos que me llevan a vos, pero no tengo la llave del cofre. Tengo una llave...
 Bajo los nubarrones que acechaban Buenos Aires es que continuaba la ciudad con su traqueteo. Me senté en el bar y esperé. El sobre en mi poder determinaba la suerte del mundo de aquí en más. O del país. Bueno, tal vez sólo del barrio. O de mí. Es imposible no ser ególatra cuando una parte de tu propio destino se definirá irremediablemente. Mariano estaba por llegar.
 Lo noté taciturno, pero sabía bien que no era mi problema hace años. Habíamos decidido distanciarnos por el bien de mi salud y de su familia. Se sentó y pidió un cortado sin hablar.
- ¿Lo tenés?
- Es él. Estoy segura.
 Pasa un camión de bomberos que nos distrae media fracción de segundo. Me acomodo el pañuelo en el cuello.
- Abrilo.
  Ambos cortamos el silencio en el aire con un cuchillo de la expectativa al escuchar el papel madera romperse. Metí la mano y saqué la foto. Amagué a cerrar los ojos pero la ansiedad pudo más.
 Me mira.
- No estoy seguro - declara con gesto preocupado.
- Pero tiene que ser él - dije intentando conservar la poca voz que me quedaba. Es su gesto, son sus rasgos, las cejas tupidas, la cicatriz en el brazo, la sonrisa forzada. Es todo lo que puedo recordar.
- Tu mente te está traicionando, Silvia. Apenas sabemos retazos de la vida de papá. Te estás obsesionando con esto.
- El investigador me dijo que solo hay un Carlos Vasallo registrado en todo Madrid con las características que le mencioné. Vos querés que me inmole frente a la estación de Gran Vía? Miralo bien.
 Desvía incómodo la mirada hacia la ventana y la llovizna.
- Teníamos 3 y 5 años, decime vos qué es lo que creés recordar. ¿Dónde estábamos la última vez que lo vimos? ¿Te acordás de eso?
 Hice silencio y cerré los ojos.
- En la calesita de Díaz Vélez. La que cuidaba el señor de bigote gris. Nunca me dejaba agarrar la sortija, ni siquiera bajo el soborno de papá. Después sólo recuerdo estar en casa con mamá llorando y un disco de Piazzolla sonando de fondo.
- Recuerdo lo mismo que vos. Estábamos al lado. Caballo negro con sonrisa maléfica y auto de carreras verde pasto.
- Verde pasto, qué ridículo. Es verde y punto.
 Mariano le dio un sorbo al café. Siempre tuvo la manía de refutar absolutamente todo y de aplastar las ilusiones de los demás sin dejar un ápice de reflexión previa. Quizás la inseguridad de haber vivido tres cuartos de su vida -y contando- enamorado de una mujer que lo minimiza constantemente caló hondo en su relación con otros. Por eso me alejé, por eso no veo a mis sobrinos hace décadas. Porque esa mujer no soportaba que él tuviera cualquier otro vínculo que le insumera tiempo. Cuando perdí a Clara no tenía a nadie que me llevara al hospital, y me encontré un miércoles a las tres de la mañana tirándole el timbre abajo. No tuvo más remedio que salir y arrancar el auto a toda prisa, pero luego de ese episodio no respondía mis llamadas ni mis mails. Un martes a la tarde me llegó un "Sil, estoy mal con Susana, después te escribo". Y después siempre significa nunca, ni martes ni lunes ni jamás de los jamases. No en la historia de los negados.
- ¿Cómo están los chicos? - pregunté con miedo a la negativa.
- Bien, enormes. Te mandan besos.
 Nos quedamos mirando la foto. El señor allí presente lucía un sobretodo marrón y estaba parado frente a un cuadro de Magrit. Parecía ser un museo, por la fachada antigua y las indicaciones de salidas de emergencia.
- Ahora, yo no entiendo... Este investigador que pagaste... ¿Cómo consiguió la foto? ¿Te dijo algo más?
- Según me comentó, hay una base de datos con fotos en una biblioteca de Atocha de todos los ex militares retirados con honores antes de 1990, y papá aparece como uno de los primeros. Esta la tomó prestada porque conoce a una de las recepcionistas. Dice que el último dato lo lleva a Rumania, a una pensión de retiro para héroes de guerra.
 Y ahí estaba esa mirada. La típica que lanzaba justo antes de decir algo que refute con saña tu argumento, tu esperanza, tu vida misma. Pero antes respiró.
- ¿Vos me estás diciendo que querés viajar más de tres mil kilómetros por un simple dato que te tira un fulano que apenas conocés , y que podrías haber conseguido vos solo leyendo un poco? ¿Te estás escuchando?
Respiré. Reprimí las lágrimas y, no sin antes suspirar, dije:
- Toda mi vida soporté tu dedo acusador. Cuando me expulsaron de la escuela, cuando tardé tres años más que vos en recibirme, incluso cuando no intenté volver a ser madre y me vivías cuestionando que por qué no volví a formar pareja, que Ricardo era un buen hombre y yo lo desperdicié. Jamás me preguntaste por la terapia, por mis pesadillas, por las pastillas. Solo apareciste para cuestionar y demostrar que decidiste bien en la vida, que vos sí tuviste "éxito" entonces todos deberían tenerlo. Más allá de todo lo cuestionable que me pueda parecer desde siempre tu relación de mierda, tu esposa que aleja a la tía de sus hijos, tu Renault 12 del año del pedo a leña y tus hijos faltos de atención y límites. Es problema mío, jamás te reprobé absolutamente nada. Ahora, lo único que te estoy pidiendo es que investigues conmigo y me ayudes a entender por qué se fue papá. Por qué mamá lloró y guardó silencio hasta que la venció el cáncer. Necesito entender de dónde vengo para confirmar que no hice todo mal, que de verdad puedo ser mejor y saber quién soy, que de aquí en más entenderé el origen y crearé el destino. Mariano, por una vez en tu vida, apelá a la humanidad que tenés enterrada en lo más hondo de tu corazón hecho de moral superior y ayudame. Te lo estoy pidiendo por favor. Si no es por mí, por mamá. O por quien vos quieras.
 Reinó en el aire un coro de ángeles llenos de verdad, traducido en Adiós nonino cubriendo con un manto de recuerdo todo el bar, todo Avenida Corrientes, todas nuestras vidas.
 Me miró con ojos rojos, de esos que habían soportado no llorar mucho tiempo y sufrían el estrés de no poder soportar más esa represión.
- Dejame revisar Despegar.com en esta semana.
 Volví a mirar la foto. La medalla de alguna batalla le brillaba en el pecho. Y yo tenía que entender por qué había decidido seguir lustrándola lejos de nosotros. Necesitaba llenar este espacio vacío.
- Encontrémonos el martes acá a la misma hora. Y con más información.
- Es una promesa.
 Nos agradecimos con la mirada húmeda y pedimos la cuenta.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.