sábado, 12 de enero de 2019

La vida en violeta

 "Nunca voy a dejar de desayunar tabaco, ni siquiera en mi lecho de muerte", le envía a su novia por WhatsApp antes de quedarse dormida. No sabe cuántas madrugadas pasó deseando no despertar en la misma posición, tampoco las cuenta. Tiene miedo de pasar las seis cifras. También le tiene miedo al Home Banking, a las vacunas de la gata, al aumento de las expensas y a que algún día alguien cuestione Seinfeld con un buen argumento.
 El mismo sueño de la semana pasada: la playa desierta y el tigre que la observa detrás de la palmera. "¿Hay tigres en la playa?", reflexiona mientras camina. Se despierta. El celular dice que son las cuatro y media. Suena el piano de la vecina tres pisos más arriba. La eleva hasta el décimo infierno, el preciso lugar en el que dejó el frasco de pastillas vacío. Recuerda esas vacaciones en Monte Hermoso que de hermoso no tenía ni el nombre porque su hermanito no paraba de llorar, la gente no paraba de correr y el helado se le derretía en las manos a la velocidad de la ansiedad. Quedate quieta, nena, ¿no ves que no hay tiempo? El payaso de la peatonal vuelve a equivocarse armando un globo que explota casi en sus narices. Se ríe y vuelve al living del departamento. Una catarata de cuadros violetas le inunda la vista, se siente en casa. Abre la computadora y mira fotos viejas. Evita las de cumpleaños y fiestas de egresados, también las de Bariloche y las de Europa. Va sin prisa ni pausa a las de la abuela. Llora viéndola tejer. Llora porque quiere tejer como ella una manta que la cubra entera, que la deje detenida en su propia foto. Una de fondo blanco. De remera violeta y párpados cansados. El mensaje dentro del meta-mensaje. Una botella de vino sin destino. Camina hasta el baño y abre la ducha solo para quedarse mirando el agua desde afuera. De repente las cortinas están hechas de los hilos de la abuela, del traje del payaso de Monte Hermoso, del babero de su hermanito. ¿Dónde estará el pequeño demonio? De viaje. Estudiando. Noviando. Viviendo. Le manda un mail de tres palabras y sigue con las fotos. Se prepara un fernet tibio. Abre YouTube y suena Norah Jones. El departamento violeta se inunda con su piano al mismo tiempo cronometrado en que la vecina hace silencio. Debería retomar las clases. Piensa que su ex quizás esté despierto en el mismo universo de melancolía que hoy la abanona a merced de lo que una existencia perfecta tenía planeado para ella. Escribe otro mail para él preguntando por Australia, por la facultad y le desea suerte. ¿Para cuándo? ¿Por qué? No sabe. Escribe rápido. "Ojalá no te pierdas nunca, ratoncito", le dice. Ríe sin parar. La botella de vino ya no tiene etiqueta pero no recuerda haberla sacado. Los baches. Grandes como los de media Capital Federal. Le pone un punto final al mail y se pone a pintar mandalas. Piensa que desaprovechó cada talento latente de su niñez. Ahora solo queda el viento en potencial, un murmullo de desencuentro puertas adentro. "No sé ubicar puntos finales", declara en voz alta. Se le termina la tinta al naranja y una flor obsoleta queda a medio colorear. Igual le parece preciosa. Como su novia. Mira el teléfono. Un mail de Pedidos Ya, nada más. La gata se queja en la cocina porque no hay más comida. Le grita que se calle, que el Carrefour estaba cerrado cuando se acordó de comprar. El plato de la gata también es violeta. Agarra su campera y sale a fumar al balcón. Enfrente una pareja acomoda las mesas y sillas de la terraza. Llega a escuchar que él le cuenta una anécdota muy vieja con los amigos. Busca una servilleta en la cocina y escribe: "¿Acaso no es maravilloso hablarle a otros del pasado asumiendo que estarán en nuestro futuro?".

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