lunes, 14 de enero de 2019

Carta

Ana:

 Lucho en mi cabeza para evitar usar palabras que deslumbren. No quiero que suenen agradables al oído porque no fue agradable para el mío escuchar que te ibas. Escuchar el sonido de tus pasos acercándote al portón mientras la perra del vecino te ladraba de lejos. Como yo en silencio. Lo único que me gustaría que brille en esta carta es tu ausencia, la verdadera protagonista que consiguió el papel de improvisto. Porque cuando una noche de viernes nos reconocimos a la salida del bar ni el más pesimista podría imaginar que hoy estaría relatando tu despedida. Todo sonó más bien a Pasemos a otro tema, aunque discrepo con Calamaro porque no sos tan formal pero igual me perdonaste. Por los termos de mate extraviados en la facultad, por no saber seguirle los chistes a tu vieja. Por el roquefort en la pizza. Recuerdo bien cómo las sonrisas fueron de picada con cerveza en picada al suelo. Había una anécdota que te gustaba mucho sobre mi viaje a India pero de tanto que la conté te reías por compromiso entonces los domingos de terror rendidos a la melancolía yo te la contaba inventando variantes mientras ponía la pava, esperando que el agua no hierva y que vos te rieras de verdad. Pero no, pero la vida. "Quiero ser mamá, Fabi", soltaste un martes agarrando un salame. Yo miré la Quilmes helada transpirando en la mesada. Lo primero que pensé fue en la seguridad con la que declaraste. Porque no fue una pregunta o una idea, sino un deseo concreto con mi nombre como detalle. Quiero ser, los dos verbos del poder propio en sí mismo, valga la posible redundancia. Lo segundo que pensé fue que la Quilmes helada no me gusta. Y lo tercero fue que no. Que todavía no, que no sé. Que no, por favor. Adoptemos un perro como si fuera lo mismo, seamos inmaduros. Mi silencio te hizo llorar. Lloramos los dos. Y pasaron los domingos, la anécdota fallida, los mates lavados con los ángeles caídos revoloteando moribundos por el piso del living. Vinieron anécdotas nuevas, finales rendidos con 10, ascensos laborales. De fondo la perra de la vecina ladrando. "Qué animal de mierda" protestabas al tiempo que yo tiraba una remera al tacho de la ropa sucia, rezongando.
 Ahora que lo pienso, no fue tan inesperado el papel de tu ausencia. Ese viernes en el bar hace cinco años hablamos de la charla atropellada que tuvimos por Facebook porque a tu hermano se le había perdido el DNI en una fiesta en mi casa y no respondía los mensajes. "Pero bueno, acá estamos parece", sentenciaste para terminar nuestra primera charla. Parece. Esa incertidumbre algo tonta, más modismo que otra cosa, marcó lo que nos marcó: la apariencia. Aparentar acuerdo cuando aterrizó la convivencia, aparentar conformidad con gusto a termotanque goteando, a las alarmas que nunca paraban de sonar. Te quise tanto. Apostamos a un futuro que se traducía distinto pero hablaba el mismo idioma. Es una pena, Ana. No de bandoneón sino de barro. Llena de barro está la cara del perro que ahora tengo. Se llama Quilmes. No me arrepiento. De nada, sabés.
 No usé palabras que deslumbren porque quiero que reluzca este adiós en todos los rincones de tu vientre. Y después se apague.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.