martes, 26 de marzo de 2019

A flote

 Cuando era más joven dejaba pasar el tiempo. Es curioso, porque ahora le cierro la puerta y pasa igual. Cuando era más joven soñaba que hoy tendría mi futuro resuelto. Incluso si hacía poco o nada para resolverlo. Resolver, como si tomar decisiones fuera un problema en sí mismo. Cuando era más joven me dejé estar. O dejé de estar. Pasé días y noches apelando a que la varita mágica de la buena fortuna fuera mi salvadora. Dormía mucho o muy poco. Leía mucho o muy poco. Me masturbaba mucho o muy poco. Dejaba pasar al tiempo, un visitante indeseado que me abrazaba mientras me quedaba quieta con los brazos a los costados del cuerpo. Era espectadora en el éxito de los demás, los veía triunfar aplaudiendo desde la platea. Porque aquello era más cómodo que realmente cultivar mi propia esperanza. Cuando era más joven esperaba poder viajar, tener un buen trabajo, una carrera terminada, una pareja estable, un gato, una casa propia, varios muebles pintados a mano, cuadros de películas, y que todo se fuera dando en un estricto orden de triunfos, como si la realidad de la gente respondiera a un cálculo matemático que implica un procedimiento con el mismo idéntico resultado y todo lo que pueda surgir por afuera está mal. No es válido. Entonces cuando el mundo me respondía que ese cálculo era utópico, prefería mirar.  Mirar el reloj, mirar a mis amigos, mirar a mi vieja esperando que nunca diga nada por verme inmóvil, mirar a mi viejo esperando que diga algo por verme inmóvil. Duele asumir que pasaste lustros y otras unidades de tiempo indescifrables dejando morir proyectos, energías, voluntades, oportunidades, desafíos, cualquier cosa que implicara dar un primer paso hacia un cambio en el horizonte. Duele asumir que pasaste un cuarto de tu existencia dejándote morir.
 Cuando era más joven no sabía hacer este ejercicio, ahora lo aprendí: cierro los ojos, miro hacia atrás y hacia adentro. Me veo naufragando muerta de frío en un océano de ansiedad, tan acostumbrada al agua helada que los músculos ya no responden. "¿Vos por qué escribís?", me preguntaron un día y no supe qué responder. Hoy sí sé. Escribo porque escribir no me salvó la vida pero la mantuvo a flote.

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