Digamos que María y Esteban no tienen ganas de volver a verse nunca
más en su vida. Detestan sus gestos, sus voces, su manera de mirarse,
absolutamente todo lo que implique al otro. Entonces descargan esa
frustración con insultos o frases hirientes y tres reproches largos
después ella se sube a un taxi y se olvidan de sus existencias para
siempre. O al menos un rato.
Al día siguiente, María le
cuenta a sus amigas sobre la ruptura y, entre toda la vorágine de bronca
que escupe, en un momento cuenta:
- Recuerdo un día que fuimos a
comer a la quinta de su abuelo en Escobar -”lomadelor”- y su mamá nos
contó una secuencia de mierda sobre una compañera de trabajo que quedó
estéril. ¿Sabés qué hizo el infeliz? No tuvo mejor idea que comentar que
no puedo ser madre. “Che, ma, Mary no puede quedar”. Lo contó con un
tono tan natural, tan despreocupado que me caló en los huesos la
humillación entera. Susana me miró y no dijo nada, siguió lavando los
platos. Y claro, ¿qué va a decir? ¿“Callate, pendejo pelotudo, la ponés
más incómoda”?. Inentendible. Y así mil situaciones que no supo manejar
nunca, cero tacto.
En su casa, Esteban habla con un amigo por chat de facebook y refunfuña:
-
Boludo, tengo mucha bronca, se me vienen mil imágenes a la cabeza. Una
vez la llevé a conocer la quinta de mi abuelo en Escobar y mi vieja nos
contaba no sé qué boludez de una compañera de laburo que quedó estéril
por tomar tanta merca. Me dí cuenta de que estaba incómoda con la
situación y en vez de volantearla bruscamente, lo cual conociéndola la
hubiese puesto aún más incómoda, le comenté a mamá que ella no podía
quedar embarazada, a ver si se avispaba y cambiaba de tema. La cara de
María se transformó, chabón. Como si hubiese dicho la peor de las
mentiras. Claro que la vieja se quedó en silencio. ¿Qué le va a decir?
¿”Cuánto lo siento, corazón, ojalá puedas algún día”? Y así mil
situaciones que sobreactuó siempre, cero paciencia.
María llega a
su casa pasada de sueño, revolea el bolso en el sillón y se encierra a
llorar en la bañera, para darle a su reciente duelo ese toque dramático
de película romántica que viene necesitando. Piensa en todas las veces
que quiso coger en la ducha y él le dijo que estaba cansado.
Esteban
sale a caminar y a fumar para despejarse. Evita a toda costa tener que
saludar a algún vecino. Se sienta en el banco de una plaza a tomar aire
mirando las estrellas. Piensa en todas las veces que quiso coger en la
plaza y ella le dijo que estaba cansada.
María no sabe
mentir, en el trabajo va a contar por qué está triste pero espera que no
indaguen más sobre el tema. Detesta a la gente que inventa vínculos
afectivos en relaciones laborales. “No te importa mi vida, respondé el
mail que te mandé”.
Esteban no le va a contar a sus compañeros de
la facultad porque son todos unos imbéciles superficiales que se creen
profundos, con los que sólo comparte borracheras y que nada entienden de
corazones rotos. “Sí, tengo cara de muerto, prestame el módulo II”.
Ninguno
de los dos concibe con madurez el concepto de estar solo. Sólo saben
desquitar su flagelo maldiciendo al otro a la distancia, en silencio,
noche tras noche. Y nada más. Creen que está bien vivirlo de esa forma y
en un principio tienen razón. Lo que estos dos porteños,
novatos sentimentales, desconocen es que casi todo lo que sienten es
verdad. Pero a medias.
(esto puede ser tranquilamente una historia de carnaval)
ResponderBorrarodio ser esteban.
odio ser maría.
Recién leo esto. Carnaval de desencuentros. Gracias por comentar!
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