viernes, 25 de septiembre de 2015

Recordar es mentir(nos)

 Digamos que María y Esteban no tienen ganas de volver a verse nunca más en su vida. Detestan sus gestos, sus voces, su manera de mirarse, absolutamente todo lo que implique al otro. Entonces descargan esa frustración con insultos o frases hirientes y tres reproches largos después ella se sube a un taxi y se olvidan de sus existencias para siempre. O al menos un rato.
 Al día siguiente, María le cuenta a sus amigas sobre la ruptura y, entre toda la vorágine de bronca que escupe, en un momento cuenta:
- Recuerdo un día que fuimos a comer a la quinta de su abuelo en Escobar -”lomadelor”- y su mamá nos contó una secuencia de mierda sobre una compañera de trabajo que quedó estéril. ¿Sabés qué hizo el infeliz? No tuvo mejor idea que comentar que no puedo ser madre. “Che, ma, Mary no puede quedar”. Lo contó con un tono tan natural, tan despreocupado que me caló en los huesos la humillación entera. Susana me miró y no dijo nada, siguió lavando los platos. Y claro, ¿qué va a decir? ¿“Callate, pendejo pelotudo, la ponés más incómoda”?. Inentendible. Y así mil situaciones que no supo manejar nunca, cero tacto.
 En su casa, Esteban habla con un amigo por chat de facebook y refunfuña:
- Boludo, tengo mucha bronca, se me vienen mil imágenes a la cabeza. Una vez la llevé a conocer la quinta de mi abuelo en Escobar y mi vieja nos contaba no sé qué boludez de una compañera de laburo que quedó estéril por tomar tanta merca. Me dí cuenta de que estaba incómoda con la situación y en vez de volantearla bruscamente, lo cual conociéndola la hubiese puesto aún más incómoda, le comenté a mamá que ella no podía quedar embarazada, a ver si se avispaba y cambiaba de tema. La cara de María se transformó, chabón. Como si hubiese dicho la peor de las mentiras. Claro que la vieja se quedó en silencio. ¿Qué le va a decir? ¿”Cuánto lo siento, corazón, ojalá puedas algún día”? Y así mil situaciones que sobreactuó siempre, cero paciencia.
 María llega a su casa pasada de sueño, revolea el bolso en el sillón y se encierra a llorar en la bañera, para darle a su reciente duelo ese toque dramático de película romántica que viene necesitando. Piensa en todas las veces que quiso coger en la ducha y él le dijo que estaba cansado.
 Esteban sale a caminar y a fumar para despejarse. Evita a toda costa tener que saludar a algún vecino. Se sienta en el banco de una plaza a tomar aire mirando las estrellas. Piensa en todas las veces que quiso coger en la plaza y ella le dijo que estaba cansada.
 María no sabe mentir, en el trabajo va a contar por qué está triste pero espera que no indaguen más sobre el tema. Detesta a la gente que inventa vínculos afectivos en relaciones laborales. “No te importa mi vida, respondé el mail que te mandé”.
 Esteban no le va a contar a sus compañeros de la facultad porque son todos unos imbéciles superficiales que se creen profundos, con los que sólo comparte borracheras y que nada entienden de corazones rotos. “Sí, tengo cara de muerto, prestame el módulo II”.
 Ninguno de los dos concibe con madurez el concepto de estar solo. Sólo saben desquitar su flagelo maldiciendo al otro a la distancia, en silencio, noche tras noche. Y nada más. Creen que está bien vivirlo de esa forma y en un principio tienen razón. Lo que estos dos porteños, novatos sentimentales, desconocen es que casi todo lo que sienten es verdad. Pero a medias.

2 comentarios:

  1. (esto puede ser tranquilamente una historia de carnaval)
    odio ser esteban.
    odio ser maría.

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    1. Recién leo esto. Carnaval de desencuentros. Gracias por comentar!

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