martes, 17 de mayo de 2016

A media máquina

 Cuando entré al bar sonreí porque sonaba Sumo bien bajito y había olor a vainilla. Tenía puesto mi vestido favorito, el azul con flores blancas, del que alguna vez te mandé foto."Qué discreto", comentaste, previo envío de un emoji que no supe interpretar.
 Creo que estaba nerviosa. Ya no me acuerdo.
 Me senté al lado de la ventana y te esperé fumando. Pispeando la vereda cada cinco minutos, aprovechaba para retocarme el maquillaje, ponerme perfume de nuevo, peinarme. Vos sabés que no soy natural. Aunque no lo sepas, lo sabés.
 Te vi venir con una camisa cuadrillé y un jean roto en las rodillas que combinaban bastante bien con tus ojeras.
 Entraste mirando para cualquier lado y levanté la mano. Sonreíste.
- ¿Todo bien?
- Bien, cansado - respondiste arrastrando la silla de un tirón para acomodarte.
- Se nota. Estás muerto.
- Y, pasa que ayer cogí bastante. Ya no estoy para estos trotes, ustedes los jóvenes se la bancan mejor.
 A veces a mi sexualidad abierta y progresista le cuesta mucho boxear contra el mandato social de los modos en una primera cita. Aún así juro que lo intenta y aguanta varios rounds.
 Cambié la cara dos segundos, pero al tercero afortunadamente pude cambiar de tema.
- Quedaron afuera de la Copa.
 Sincronía y oportunidad son mis aliadas, sí. Me miraste de reojo y luego aparentemente intentaste enfocar mi rostro en la oscuridad del lugar.
- ¿Ya vamos a empezar? ¿Te vas a agrandar? - dijiste, y sonreíste con una picardía mezcla de aburrimiento y resignación. No lograba descifrar si querías estar ahí, pero algo en vos me latía fuerte. "Qué ríducula que sos", pensaba justo antes de vomitarlo.
- ¿Nunca te dijeron que sos el típico pibe con el que cualquier mina desearía tener una historia de amor?
 Me miraste serio.
- ¿Cómo es eso?
Dudé. En realidad no sabía muy bien qué había querido decir, o por qué, pero la idea me daba vueltas en la cabeza hace rato.
- Qué se yo, es raro de explicar. Para mí eso de que las cosas en común no importan tanto es una huevada. Sino, ¿de qué hablás? ¿Cómo te enamorás de alguien? Y vos...
 Me observabas detenidamente y sonreías, como si estuvieras disfrutando verme temblar, ponerme nerviosa, que me cueste no desviar la mirada...
- Lo que quiero decir es que sos muy piola.
- Como tantos otros millones de pibes en el mundo.
- Pero distinto.
- ¿Qué me hace diferente? No te entiendo - dijiste llamando a la moza con la mano. Una leve brisa que entró por la puerta entreabierta me trajo tu perfume de repente. No hace falta decir...
- Yo te hago distinto. No sé bien por qué. Pero las sensaciones están llenas de no saber. No me mires así. Por ejemplo, ahora no estamos hablando de ninguna de todas las estupideces cautivadoras de las que hablamos por WhatsApp. Ni Tarantino, ni Kundera, ni Messi, ni Mempo Giardinelli ni la mar en coche. No estamos mostrándonos en pelotas ni deseando acabarle al otro en la boca. Pero sé que todo eso está, que puede estar, y construyo en mi cabeza la idea de un amor utópico, uno que secretamente está enfermo, quizás es rengo, pero es tangible. Camina, se muestra orgulloso, infla el pecho ante los demás. En apariencia, el único posible de sentir.
 Tu sonrisa era cada vez más grande, pero creo que esta vez te causé un poco de ternura.
- Soy tan torpe que esto parece una película de Almodóvar mal filmada - dije mirando pasar a una pareja por la ventana. Y eso es una pésima analogía. Ya fue. Hablame vos. Hablame mucho, dale.
 Llegan la birra y los pochoclos. Agradecemos.
- Me gusta cómo te acomodás el pelo cada tres minutos - sentenciaste llenando los vasos. Bah, no sé si me gusta, me atrae. Y también me atrae cómo decís "mucho". Juntás toda la boca, es sexy-cómico. Yo creo que pensás que soy interesante, naturalmente nos gustamos y tu soledad fabrica el resto. Compartir una serie o una crítica literaria no son bases sólidas de una posible relación. Quizás son más tus ganas de que lo sean, no estoy seguro porque tampoco sé qué sí lo es. ¿Te gusta gustar de lo que no podés tener?
 Me hago la que busco los cigarrillos en la cartera para no dejar asomar a ninguna lágrima incoherente.
- No sé, nena, tendría que pensarlo mejor pero ahora se hace difícil, me distraen tus medias negras. ¿Te dije que ese escote me vuelve loco?
- Varias veces, con los ojos.
- En mi cabeza estás desnuda hace media hora.
 Entonces sí llegó la charla, entre tu sentido de la obligación y mi placer disfrazado, sobre todo eso de lo que no estábamos hablando. La charla trivial-seductora de madrugadas cibernéticas compartidas. Y llegó el "¿me puedo sentar ahí al lado?" y el "qué rico perfume", y el "mordeme el labio más fuerte, dale".
 Pedimos otra birra que apenas probamos porque me levanté al baño y me seguiste, sin un ápice de disimulo. Me arrinconaste, me recorriste, me charlaste al oído. "De esto sí te vas a enamorar", dijiste y me bajaste la tanga mientras cerrabas la puerta.
 Veinticinco minutos después, el 168 iba derecho por Niceto Vega. Ya sin maquillaje, con el pelo enmarañado y el teléfono en la mano, pensé escribirte que olvides todas las pelotudeces que había dicho al principio de la charla. Pero no. En lugar de eso borré tu número, sabiendo que al otro día me ibas a preguntar si llegué bien tal como me lo hubieras preguntado después de cuatro años de relación, volviendo del asado del domingo en la casa de tus viejos.
 Pero eso no era real. Ni tu linda pija, ni el potencial romance. Podría serlo en alguno de los cientos de futuros posibles, pero es que no era cierto. Nosotros no éramos ciertos. Éramos sólo ese bar, esa Brahma caliente, ese baño hirviendo. Éramos la idea de que a media máquina se pueden inventar muchas historias. Lo importante es saber que son eso. Inventos.

1 comentario:

  1. A veces está bueno volver a recordar ciertas cosas, engalanándome con tan buena pluma.

    ResponderBorrar

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.