domingo, 16 de junio de 2019

Algo

Es una sombra que me persigue y no es la propia. Es un monstruo de los que se escondían en el placard cuando era chica o esperaban tranquilos en el baño si me levantaba en mitad de la madrugada. Es una voz en off relatando la historia de mi vida pero con los subtítulos desfasados, apurándose a terminar aunque ni siquiera llegamos al segundo acto. Todo se mueve tan rápido y allí estoy, tratando de seguir el ritmo. De bailar bajo la lluvia. Pero mis pies están cansados, nada los empuja. Mi cama es el único lugar totalmente seguro. Hay amigos que son hogares y por momentos me hacen creer que no todo es tan malo, pero al rato se esfuman en la nebulosa de mi torpeza y estoy sola aún estando con ellos. Me muevo despacio, miro el mundo por la ventana. El mate no está tan lavado, igual no me molesta terminarlo frío. No sé si algo en particular me molesta. Tampoco si algo me motiva. ¿Qué sentido tiene apostar si la voz en off sigue diciendo que eso no va a salir y eso tampoco, que no importa cuánto lo desee: algo ocurrirá y toda la montaña de ilusiones que fui escalando año tras año se va a derrumbar en una tormenta de nieve y me dejará nuevamente en algún principio? Me llevo a cuestas pero ya me peso mucho. Trato de sacudirme el yo pero este insiste con tomar protagonismo aunque lo deteste. No lo puedo ni ver pero sigue viniendo. A la misma cita, al mismo bar, que es el bar de mis angustias armando una enredadera. La enredadera cruza toda la ciudad entonces cuando la camino me tropiezo, trastabillo y quiero volver a casa. A mi cama. Al lugar seguro. "No podés abandonar todo lo que empezás", me dicen en casa y les doy la razón. No puedo pero lo hago. Y lo hago porque quiero, porque lo único que motiva hoy mi deseo es el desgano. Me rindo a él, lo acepto como amigo, le hago más y más lugar en la cama, le cebo mate, le leo cuentos, le escribo cartas y me rindo al encanto de su compañía. Así estoy bien, así estoy cómoda. No tengo ganas ni quiero tenerlas. No importa si duermo todo el día, si cuando me levanto me cuesta mover las piernas, si de noche lloro tanto que me ahogo, si a veces hasta tiemblo y no puedo respirar y las paredes se achican, y pienso en pedir ayuda pero no puedo alcanzar la puerta. Entonces pienso que podría terminar todo de una vez cerrando los ojos para no abrirlos nunca más. Si escucho de fondo a mi familia hablar de lo caro que está todo, de cómo van a hacer para comprar milanesas con tarjeta el fin de semana, de los quilombos laborales, de Macri y de mi perra. Todo eso es más urgente que yo atrapada en un cuerpo que quiere irse de sí, salir corriendo y ser otro, mutar en persona feliz y despreocupada, resuelta, segura. Todavía soy consciente de que esto está mal. Mal para la sociedad, mal para la economía, mal para mi gente. Sin embargo quiero rendirme. Quiero aletargar el hoy lo más que pueda, sentarme en una silla a ver crecer las plantas mientras me salen canas hasta que lo inamovible del aire me resulte insoportable y decida terminar con el nudo en el medio del pecho que no me deja sentarme derecha. Y salga y camine al tren y haga lo que tenga que hacer, o le pida al farmacéutico amigo de papá que me consiga unas pastillas sin receta.
 Acá hice una pausa para escribir y perdí el envión, lo cual es una perfecta metáfora, según mis criterios estéticos de escritura, para ilustrar este sentimiento. Este abandonarme, este dejarme ir y dejar entrar la completa desmotivación por todo, incluso (y sobre todo) por aquellas cosas que me hacían feliz. No me interesan, no las asumo como propias. Quizás pienso en retomarlas pero el monstruo del placard me tira del brazo para que me quede en la cama. Que hoy no, que llueve. Que te vas a levantar tarde. Que acordate que ayer te robaron el celular, en esta economía, con tu mamá tarjeteando comida. Que te echaron del trabajo cuando pensabas que todo iba encaminado por un sendero de buenas decisiones. Que ese pibe te dijo que no, que no quería ser tu novio, pero vos pensabas que las señales indicaban lo contrario. Que no, Fer, si cada vez que ponés un pie en el piso lo único que sacudís es tu propio fracaso. Mejor quedate acá. No intentes. Y le hago caso. Porque él me entiende, él sabe lo que es ser silencio, abrazarse solo cuando nadie lo hace, pasar noches enteras apretándose la panza para que el ruido de los nervios duela menos, ver pasar las vidrieras de un futuro prometedor solo para darles la espalda. Él sabe lo que es vivir una siesta longeva de tus emociones, buscar dentro y tratar de meter mano para que nazca un pichón de monstruo renovado pero no. Nada. Hay días en los que me da mucha culpa este algo, quisiera suspenderlo para que nadie tenga que preguntarme qué quise decir con ese posteo en Instagram.
 Otra vez la pausa, la distracción. Empezar y dejar. Supongo que es buena señal terminar de escribir este texto. Le voy a preguntar al monstruo qué opina. Ya estamos tomando mate otra vez. Me sonríe. No logro descifrar su gesto. ¿Es bueno o es malo? ¿Quizás esté tratando de hacerme entender que no hay héroes ni villanos en esta historia? De cualquier forma me quedo acá. "Así estoy bien, así estoy cómoda", le repito. Sigue sonriendo sin decir nada. Espero que diga algo. Mientras tanto falta todo.

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