- Los aviones comerciales más comunes son el Airbus A30 y el Boeing 737. Los ECAM y EICAS, sus sistemas principales de navegación respectivamente, son mejorados con cada nueva versión para proporcionar información más eficaz a la tripulación sobre diversos indicadores como el combustible, la presión del aceite y la temperatura dentro de la aeronave. Además analizan el funcionamiento del sistema hidráulico, eléctrico y de deshielo, entre otros. Si algún valor está fuera de los parámetros normales o no ayuda a los pilotos a realizar la maniobra elegida, entonces dan inicio a una checklist. El primer paso de esa checklist es el nivel de circulación de agua en los mecanismos refrigerantes de los motores de la aeronave. Si circula mucha, es peligroso. Si circula poca, también. Antes el panel anunciador advertía posibles desajustes al respecto con colores: rojo, ámbar, verde y blanco o azul. Con el primero todo mal, con el segundo tenés que prestar atención, con el verde está todo bien para que aumentes la velocidad y el blanco o azul te dice “ojo, hay algún sistema en uso que consume combustible funcionando paralelamente, no cuelgues”. Ahora ya no, ahora es el piloto el que debe prestar atención a la velocidad del avión, a la del viento y a otros factores climáticos. Esto puede sonar como una regresión pero es todo lo contrario, es un avance: las señales de advertencia de las versiones anteriores del autopiloto eran confusas y poco precisas.
Pablo y Santiago le prestaron atención a las primeras dos oraciones del discurso de Lucas y luego se dedicaron a apreciar el segundo gol de Haaland en ESPN. Se hizo un silencio.
- Che, y todo es como… básicamente el avance de la civilización, no? - dice Pablo bostezando. Un cacharro gigante que era peor, ahora es mejor y está bueno eso pero - NO, HERMANO, PEGALE DERECHITO AL ARCO, POR DIOS.
Lucas relojea la jugada y le da otro sorbo a la Andes rubia.
- Pero, ¿qué?
Silencio. Relatos de fondo.
- ¿Eh? No digo que por ahí no haga falta tanta tecnología, si no cómo volaban no sé en 19... Che, qué aburrido estoy de que gane el City. Me voy a abrir otra birra.
Mientras De Bruyne asiste a la perfección y sin mucho esfuerzo a Doku por cuarta vez en el primer tiempo, Santiago emite sus primeras palabras de la tarde.
- Quiero ser famoso.
Lucas termina el primer mordisco de la pizza de roquefort y con la boca muy llena pregunta:
- ¿Amoso e la chota ara abajo?
- Famosos queremos ser todos, amigo. Vivir de arriba, canje tras canje, ser un rey… - Pablo se desploma en su lugar. Hace mucho ruido para abrir la cerveza y la espuma se escapa por los costados del pico.
Santiago se para mientras lo interrumpe con un dejo de violencia:
- No digo famoso de la farándula, boludo. O un influencer. Quiero ser famoso por hacer lo que me gusta.
- ¿Y qué te gusta, además de dormir la siesta? - pregunta Lucas mientras guarda latas en una bolsa.
- Quiero ser famoso por ser el Mario Santos de los Simuladores. Pero unos de la vida real. ¿Me entendés?
Santiago no puede disimular la expectativa en la respuesta de sus amigos. Abre grandes los ojos y aguarda complicidad. Los jóvenes carcajean casi inmediatamente. Casi porque se guardaron dos segundos con la esperanza de que Santiago pensara en la boludez que estaba diciendo o aclarara que era un chiste.
- Dale, Santiaguito. Santiago Daniel Mignino. Mino querido. Mirá lo que decís.
- ¿Qué tiene? ¿Por qué suena tan loco? - Su énfasis en el "tan" suena exagerado.
- Mino, tenés una profesión lucrativa y a largo plazo, amigo, sos escribano. Además la gracia de Los Simuladores era justamente que no eran famosos. Sin el anonimato sus planes hubieran fracasado estrepitosamente. No entendiste la serie me parece… - sentencia Lucas en tono burlón buscando desviar la conversación hacia la ficción y no dejar seguir su curso a este proyecto de locura en la que su amigo estaba intentando sumergirlos.
- Yo quiero resolver problemas - refunfuña Santiago con tono de niño caprichoso mientras agarra dos chicitos del platón de cerámica. Quiero una versión mejorada del programa, que opere con regulación estatal. ¿Me entendés? Una idea tan pero buena que no tenga peros ni fallas, a la que nadie pueda apelar bajo ninguna óptica. Y además no…
- Hermano, ya fue el chiste - corta en seco Pablo. Sí, jaja, qué divertido. Cortala. El único valor agregado que tengo para aportar al mundo es una foto con Maradona. Que no es poco. Pero nada más. Una foto de cuando tenía 10 años en la tribuna de La noche del Diez. Eso y hacer formulitas en Excel. Nada más.
- Y yo manejo un kiosco familiar, chabón. - ríe Lucas colocando sus dos manos en forma de montoncito. ¿Te imaginás? Rosa diciéndome “Luqui, cuando termines de planear el operativo para la piba que quiere que el novio le caiga bien a la familia no me encargás stock de Marlboro Box?”.
- No entienden.
Santiago se para y camina de un lado al otro buscando las palabras justas para que su supuesto proyecto parezca la idea más brillante y ambiciosa que alguna vez hayan escuchado. No tenía ni siquiera un espermatozoide de creatividad al respecto pero sabía que debía suceder. Debía sortear las olas.
- No entienden lo que digo. Hay que rearmar Los simuladores. Institucionalizarlo. Hacerlo un organismo subsidiado. Con precios amigos para gente de bajos recursos, incluso ad honorem en retorno de favores futuros como en la serie. Miren… - el joven dibuja una pizarra imaginaria justo enfrente del espejo gigante del living. Primero, presentamos el proyecto. Nos reunimos con el presidente y le decimos...
- Vos entraste en coma en diciembre de 2023, ¿no?
- ¡Además eso, boludo! - grita Pablo, apuntando la mano en dirección a Lucas. Recortan por todos lados y vos te pensás que te van a decir que sí a semejante boludez. Las redes sociales mataron cualquier chance de realidad de aquellas historias. Y además, aunque gobernara el mismísimo Vladimir Lenin, la gracia, la esencia, el puto chiste es que el capitalismo los obliga a poner parches. En un mundo ideal ellos no existirían.
Santiago apaga la tele. El murmullo de publicidades de Garbarino y anuncios deportivos cesa. Se escucha el ladrido del caniche de la vecina y un bondi tocando bocina tímidamente. Alguien vende churros a lo lejos.
- ¿Me van a dejar terminar?
Los ojos verdes marmolados del joven penetran directo en las retinas de los de sus amigos, negros y profundos. Los tres recuerdan al mismo tiempo en silencio las vacaciones en Mar del Plata del 2003, donde Mino casi se ahoga después de intentar probarle a su padre que podía nadar de pecho contra las olas. Le juraba al guardavidas que no fue su culpa, que lo llevó la corriente. Esa fue la última vez que nadó y la última vez que vio a su viejo con vida. La conexión al pasado es tal que la energía fluye de cuerpo a cuerpo tomando impulso con la irrupción del ruido blanco de la heladera. Lucas se acomoda el flequillo ondulado estilo flogger y estira su chomba gris pegada al sillón por el calor. Piensa en la cara de desaprobación de Roberto Mignino esa tarde, en la tormenta que sucedió y en el medio que le tenían todos al espectro de los adultos. Pablo tose, mira el celular y tiene tres llamadas perdidas de Camila. “Mala suerte”, piensa, mientras se levanta para arremangarse el short del Milan y volver a tomar asiento.
- Dale, rubia. Dale. Te sentimos, dale.
El barrio de Liniers nunca había escuchado tanto silencio en sus 150 años de existencia. Santiago sabía que debía ocuparlo con las palabras más brillantes alguna vez pronunciadas. El olor a mar le quebraba los pulmones. La exposición, la validación y la resignificación de un trauma, todos se empujaban para entrar a rendir el último final en el aula magna de la trascendencia. Tenía los capítulos de los textos más importantes marcados a fuego pero la tensión de enfrentarse a dos profesores con la mirada vacía le jugaba una mala pasada. Transpiraba. Era hora de concentrarse y escupir sin más. Escupir el agua. Escupir el miedo.
- Mi idea es la siguiente, estimados. Un organismo estatal dependiente del actual Ministerio de Capital Humano cuya estructura y alcances dependerán de distintos factores de orden coyuntural. En primera instancia, al menos en los papeles, seríamos una especie de secretaría de asistencia al ciudadano que guía a la gente en la impulsión de emprendimientos, da coaching sobre negocios y esas pelotudeces que les gustan a estos monos del trading. Off-the-record, por otra parte… Boicoteamos estafadores, declarados y cómplices. Desmantelamos todas las Generaciones Zoes que existan, todas las crpytos flojas de papeles. Hay que conseguir abogados piolas, anotá eso, Pablito, para tu suegro...
- “Anotá, Pablito” dice.
Lucas aguanta la risa con todas sus fuerzas.
- Bueno, después: hackeamos redes sociales de influencers que manijean con las apuestas online. Advertimos sobre los peligros de donarle a cualquier salame que pide plata por Mercado Pago para operar a su perro y obviamente los ponemos en evidencia. Es más, diseñamos una aplicación capaz de cruzar información para que la gente pueda verificar si las donaciones son reales. Para eso hacen falta informáticos. Tu primo, Luquitas. Y bueno vos también algo de eso entendés.
- A mí me gustan los aviones, no sé qué poronga tiene que ver.
- Sirve, sirve. Sigo.
Santiago se había sacado el buzo negro y lo había revoleado así nomás para que caiga justo en la silla de la PC. A su izquierda, una maceta con un cactus podrido colgaba de la ventana gris descascarada de marco verde moho. Sobre ella, la foto del viaje de egresados en desnivel, seguida por un atrapasueños violeta. Lucas mira con detenimiento y reconoce a Lucía. Rechina los dientes.
- Financiación casi nula. Entramos por contacto a las altas esferas, no hay otra. Lo definiremos con el Doctor Rivarola.
- ¿Y ese quién carajo es?
- Qué sé yo, suena a apellido de abogado. Pero sí, dos pesos - continúa Santi imperturbable, motivado, sediento de éxito, corriendo con el mapa de Atlantis en la mano, peleando maretazos en cada oración. Se sacude las migas de chicito del jean negro y ve pasar su vida en cuotas, frase tras frase, brazada tras brazada. Entonces, una vez que tengamos definidas las dos esferas, la pantalla y la realidad, empezamos a construir redes. Primero comerciantes, después obreros de la construcción, todos con ganas de fajar nazis eh, si no no sirve. Hay que…
- Pará un poco, pará, Mino. Entonces lo que vos querés elevar la consciencia de masas e instaurar la dictadura del proletariado pero resulta ser que sos fanático de Szifron.
- Lo esencial es invisible a los troskos - opina Lucas largando al fin la risotada del siglo. Piensa en Mignino padre puteando al guardavidas y deja de reír.
- Escuchame, Mino, ¿no te bastó con hacer la mitad de seis carreras para recibirte a los tumbos en una sola como para decidir ahora, a los 35 años, cambiar el rumbo de tu existencia hacia una profesión inexistente y desatinada en su concepción entera? - Cada palabra de Lucas es una piedra más en cada ojota que se quiebra caminando por la rambla.
- ¡No! Yo quiero trascender. Cambiar a las personas que van a cambiar el mundo. Hacer algo con lo que hicieron de mí. Quiero...
- ¿Robarle a alguien más? Está todo dicho eso, Santi.
La voz de Lucas le explota en los oídos. El pitido seco de los tímpanos sangrando ahoga y achica cada alveolo con una paciencia molecular, envenenando toda su caja torácica con choclo enmantecado. Se toca el pecho helado y alcanza a palpar las algas que se extienden desesperadas por cubrir sus caderas. Las arranca, las amasa y las suelta mientras estira con todas sus fuerzas sus treinta centímetros de brazos.
- ¿Te sentís bien, Mino? Mino...
Pablo se acerca despacio y Santiago alcanza a gritar con voz de cigarrillo: “me llevó la corriente, señor”. Cierra los ojos. Ahí está la inmensidad del gentío, la sal embotellada de su vientre, la idea de que mejor que hacer es decir, los cintazos de papá, los elogios confusos que lo llevaban al sótano y al corazón roto. Ahí están, como peces naranjas braceando al rayo del sol, las carreras dejadas. Todas, menos una: la carrera contra el tiempo. La que lo empuja a seguir usando la potencia máxima de su espalda mientras el verano se empecina en arruinarlo todo. Y lo arruina. Ya no es agua porque hay paraíso, ya no es miedo porque hay discurso: es terror. Los espectros que ganan, el regodeo de los tiburones. Brazada final y silbatazo. Medalla. Premio consuelo. “Sangre y piel del tano aquel…”, llega a pensar. Desde el piso susurra: “Adiós, Minino”.
El barrio de Liniers nunca había escuchado tanto silencio en sus 150 años y un día de existencia.
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